Emprender siempre es un desafío. Sin embargo, hay contextos que lo vuelven aún más desafiante. La velocidad con la que avanza la tecnología y con la que se dan los cambios en las organizaciones, así como también las fluctuaciones y crisis económicas, tienen un impacto creciente en la previsibilidad y la posibilidad de invertir. Estos factores enfrentan al emprendedor a altos niveles de incertidumbre, lo que puede generar estrés, ansiedad y agotamiento mental.
Es por ello que la flexibilidad y la tolerancia ante los cambios son hoy un valor imprescindible y distintivo. Frente a las permanentes transformaciones del mercado y la competencia, los principales factores de supervivencia y crecimiento se relacionan con la adaptabilidad, la aceptación y la resiliencia. Estos recursos permiten lidiar con la resistencia y la ansiedad que, de manera natural, generan todos los cambios.
Otra problemática a la que un emprendedor se enfrenta es el temor al fracaso, que incluso puede generar bloqueos psicológicos. Tal es el caso en el que un exceso de análisis lleva a la parálisis, la procrastinación o, en algunos casos, al abandono del proyecto.
Desde el punto de vista psicológico, es importante trabajar la tolerancia a la frustración, la capacidad de asumir riesgos a pesar del miedo y la confianza en las propias habilidades para organizar y ejecutar acciones (autoeficacia).
Es frecuente encontrarnos con casos en los que aparece el síndrome del impostor, un fenómeno psicológico en el que una persona duda de sus logros y siente un miedo persistente de ser descubierta como un «fraude», aunque existan pruebas de su éxito. Quienes lo experimentan creen que su éxito se debe a la suerte, a circunstancias externas o a que han engañado a los demás para que piensen que son más competentes de lo que realmente son.
Un emprendedor con síndrome del impostor puede pensar que su negocio creció por casualidad y no por sus habilidades o esfuerzo. Puede temer tomar nuevas oportunidades por miedo a no estar a la altura o sentir que, en cualquier momento, los demás descubrirán que «no sabe lo que hace».
Frente a estos casos, es importante reconocer el problema, aprender a identificar y valorar los logros y avances, y aceptar la imperfección. Nada puede ser completamente perfecto, y no es necesario saberlo todo para ser válido y competente, ya que esa es una ilusión. Por el contrario, es más realista orientarse hacia la excelencia: dar lo mejor dentro de un contexto determinado y con las herramientas disponibles.
También resulta enriquecedor y contenedor acercarse a colegas y compartir experiencias. Los lazos profesionales ayudan a transitar mejor los desafíos desde un lugar de entendimiento y acompañamiento.
El emprendimiento puede ser solitario, especialmente en las primeras etapas, lo que puede afectar la motivación y el bienestar emocional. Por ello, la mentoría, la creación de comunidades y las redes de networking son de suma importancia para compartir experiencias y generar sinergias.
Por último, pero no menos importante, muchos emprendedores trabajan largas jornadas sin límites claros entre lo personal y lo laboral, lo que aumenta el riesgo de agotamiento. En estos casos, es fundamental estar atentos a las señales para detectar a tiempo los síntomas del burnout, como el agotamiento emocional, la disminución del rendimiento, la ansiedad, la angustia y la desmotivación.
Desde la psicología organizacional, una de las formas de abordar esta problemática es fomentar una cultura del descanso, promover la delegación de tareas y establecer rutinas saludables donde el tiempo de trabajo y el tiempo de descanso o actividades personales estén claramente delimitados.