“Antes del descubrimiento de Australia, las personas del Viejo Mundo estaban convencidas de que todos los cisnes eran blancos, una creencia irrefutable pues parecía que las pruebas empíricas la confirmaban en su totalidad. La visión del primer cisne negro pudo ser una sorpresa para unos pocos ornitólogos pero la importancia de la historia no radica aquí. Este hecho ilustra una grave limitación de nuestro aprendizaje a partir de la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento. Una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de milenios de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola (y por lo que me dicen, fea) ave negra” (1)
Lo que Nassim Nicholas Taleb (autor del libro «El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable”) nos dice, es que el cisne negro es un evento con tres atributos:
- Es una rareza, pues habita fuera del reino de las expectativas normales, pues nada del pasado nos da indicio de su existencia.
- Produce un impacto tremendo.
- Pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho.
La lógica del Cisne Negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Frente a la situación de pandemia que estamos viviendo los “homo sapiens” es muy posible que vayamos descubriendo, en los próximos tiempos, muchos cisnes negros que nadan en el lago de nuestro confort intelectual y que fuimos emocionalmente ciegos de verlos.
Los “locos de certeza” tienen asegurados el fracaso, el futuro será propiedad de los aprendices. No aprendemos que no aprendemos… Estaremos frente a un mundo distinto, desconocido tanto en lo social como en lo económico.
Vivimos en un entorno en que la información fluye con una velocidad exponencial y los sucesos pueden ocurrir porque suponemos que no van a hacerlo. Nuestros paradigmas mentales están construidos para un entorno de causa y efecto más simple y en donde la información circulaba en forma más lenta.
Alguien dijo que para “para desplazar una historia se necesita otra historia”. Las historias y las metáforas tienen muchas más fuerza que las ideas, lamentablemente. Bill Gates en el año 2015 dijo que no estábamos preparado para un estallido mundial y que no iba a ser una guerra nuclear, sino la expansión de un virus. Hubo aplausos… pero la idea no se volvió operativa y por ende no se preparó ninguna estructura material y humana para luchar en esta guerra. Todo el mundo sabe que es más necesaria la prevención que el tratamiento, pero pocos son los que premian los actos preventivos.
Esta historia que estamos transitando que dejará muchos seres en el camino, ojalá sirva para borrar la historia de las certezas y nos vuelva más previsores.
Nuestras creencias, que a veces nos enferman de parálisis paradigmática (una sola forma de ver la realidad), son las que nos hacen pensar que entendemos más de lo que en realidad entendemos. Y a veces los errores pueden llevarnos a consecuencias graves.
Esta realidad que enfrentamos a diario es cada vez más confusa, donde la brecha entre lo que sabemos y lo que pensamos que sabemos se ensancha de forma peligrosa. Y es aquí donde aparece el Cisne Negro.
Una de las competencias básicas que los entornos futuros le demandarán a la clase dirigente (Políticos, empresarios, dirigentes deportivos, etc.) es la capacidad para “Aprender a Aprender”. Y a fuerza de ser realista, todavía me encuentro con muchos dirigentes que piensan que los “desaciertos del pasado pueden ser los aciertos del futuro”.
1. “Nassim Nicholas Taleb, El Cisne Negro, Editorial Paidós”.
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